La experiencia de haber visto “Elvis” el año pasado todavía me deja un sabor extraño en la boca; insisto en la idea de que la película quiso elevar su imagen y limpiarla fácilmente, pero su efecto fue todo lo contrario. Mientras más aprendo acerca de la figura de Elvis Presley, más me incomoda su vida personal y su acercamiento a la industria de la música, pero con tanta cinta, comentario o documentales endiosando su imagen, dejando de lado las controversias, una película como “Priscilla” llegó casi en el momento preciso.
Más allá de necesitarla para conocer el otro lado de la personalidad de Elvis, la necesitábamos porque nunca estará de más escuchar la versión de la propia Priscilla Presley acerca de sus años junto al músico; la diferencia de edad entre ambos o el abandono de la joven en la mansión de Graceland siempre fueron tratados como curiosidades o simple trivia pasajera ya parte de la cultura popular y no como los complejos temas que debieron ser incluso en aquella época más conservadora. Gracias al trabajo de Sofia Coppola, al fin pudimos tener la versión de Priscilla en pantalla grande.
Basándose en la autobiografía que Priscilla escribió en 1985, “Elvis and Me”, la película nos cuenta la historia de una joven e ingenua niña llamada Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny) que pasaba los días como una estudiante en una base estadounidense en Alemania mientras su padre se encontraba sirviendo en aquel país. Con apenas catorce años, Priscilla es invitada a la residencia de Elvis Presley (Jacob Elordi), quien no disimula su atracción por la adolescente a pesar de ser diez años mayor que ella. Aun cuando sus padres demuestran algo de desconfianza, Priscilla continúa siendo invitada a las fiestas de Elvis y, cuando cumple diecisiete años, el músico la lleva a vivir a Graceland.
Siempre fue incómodo darse cuenta de la diferencia de edad entre ambos, pero ver aquella diferencia plasmada en cada escena es perturbador; incluso la diferencia de estatura entre ambos actores principales ayuda a resaltar aquel detalle, por lo que no creo haya sido algo elegido a la ligera. Elvis inscribe a Priscilla en un colegio para que termine su último año de secundaria, le aconseja qué colores usar, de qué manera maquillarse y también le da pastillas para mantenerse despierta en clases o para poder dormir luego de un intenso día en casa. La adolescente Priscilla ni siquiera cuestiona estas actitudes, las cuales sabemos perfectamente que pertenecen a la guía básica de un manipulador en cuestión, pero para ella son simplemente cualidades que forman parte de la personalidad de su novio.
A través de escenarios suaves y pasteles, Sofia Coppola crea un contraste entre la inocencia de Priscilla y el abuso de Elvis; el dormitorio completamente rosado de una adolescente, su delicada voz que nunca se altera, su caligrafía infantil y su ingenuidad no van de la mano con la manipulación, los gritos, los engaños y los trasnoches a los que estuvo expuesta, detalles que siempre aparecen para recordarnos la dinámica que había en la pareja. Si la ya conocida diferencia de edad incomodaba, la mayoría de las escenas en “Priscilla” aumenta aquella incomodidad como debió haber sido en épocas anteriores.
El mérito no es sólo de Sofia Coppola, ya que gran parte de lo que consigue que la película funcione son las actuaciones de Cailee Spaeny y de Jacob Elordi. Cailee lleva todo el peso de la cinta sobre sus hombros, pero lo hace con una gracia, delicadeza y fuerza necesaria como para brillar por sí misma; por otro lado, se agradece que Elordi no haya caído en aquellas interpretaciones método que bordean la ridiculez como lo hizo su más cercano antecesor, Austin Butler, quien, con un acento estadounidense sureño y un tono de voz diez veces menor al propio, provocó mucha más vergüenza ajena que admiración. Elordi admitió que sólo sabía de Elvis Presley porque vio “Lilo & Stich” y con eso fue suficiente.
Como buena película biográfica, “Priscilla” no ha estado exenta de polémicas y una de ellas está relacionada con la propia hija de Priscilla y Elvis, Lisa Marie, a quien le parecía que el guión sólo retrataba a su padre como un depredador y un manipulador y que la perspectiva de la historia sólo era una vengativa y despectiva. Imagino que la mayoría de los fanáticos de Elvis pensarán de la misma manera, pero se les olvida que no tienen nada de qué preocuparse; por más que se intente “dañar” la imagen de alguno de los ídolos clásicos de la música o de actores reconocidos, estos intentos son pasajeros y sus reputaciones vuelven a quedar tan intactas como siempre.
A pesar de aquello, películas como “Priscilla” siguen siendo necesarias; podemos entender un punto de vista que no habíamos visto antes y, lamentablemente, debemos recordar que relaciones como a la que Priscilla estuvo expuesta se dan en todos los ámbitos y en todas las épocas. Ahora está en nosotros, como sociedad, evitar que estas historias sigan ocurriendo y poder al fin sentir aquella especie de libertad y de alivio con la que “Priscilla” prefiere cerrar.