En un pequeño departamento parisino, uno que no sería el de ensueño que la ciudad siempre ofrece, vive Jef Costello (Alain Delon), un misterioso y elegante asesino a sueldo, siempre listo para llevar a cabo su siguiente trabajo. Su modus operandi consiste siempre en robar algún auto, ir hasta un mecánico de cabecera para que cambie la matrícula y crear coartadas como, por ejemplo, visitar a su novia Jane Lagrange (Nathalie Delon) o a un grupo de amigos que juegan cartas. Rápido, silencioso y casi invisible, Jef tiene todos los instintos de un samurai cuando se trata de acabar a un completo desconocido.
Su último trabajo, el asesinato del dueño de un club nocturno, no pasa tan desapercibido como Jef hubiese preferido, ya que unos testigos lo reconocen en la escena del crimen debido al impermeable y al sombrero que Jef viste, justamente, para evitar ser observado. Haciendo uso, nuevamente, de sus increíbles talentos, Jef consigue despistar a la policía e, incluso, a los mismos testigos que podrían haberlo incriminado, pero quienes le encargaron este último trabajo no pueden dejar las cosas a la suerte y comienzan a perseguir a Jef con el motivo de eliminarlo también.
Nunca sabremos la verdadera razón del porqué Jef tuvo que asesinar al dueño de aquel bar ni tampoco sabremos quiénes fueron los que encargaron aquel pedido ni, mucho menos, nos entregan detalles sobre la vida de Jef, pero, cuando la película concluye, todos esos detalles no importan, ya que tanto la historia como Alain Delon son lo suficientemente cautivadores y convincentes como para mantener nuestra atención durante toda la historia.
"Le Samouraï" tiene algo especial en su ritmo, en su cinematografía, en aquella terrible y maravillosa escena final y, por supuesto, en la actuación de Alain Delon, la cual es una de esas actuaciones en donde el actor se pierde completamente y sólo nos queda un personaje, detalles que ahora convirtieron a esta cinta en una de mis nuevas películas favoritas.